Emilia y la caja de los olvidos
María José Burbano Mazo
A veces, cuando su mesita de noche ya no era mesita de día, Emilia pensaba. Pensaba hacia arriba, hacia abajo, en círculos y de vez en cuando, en espiral. Pensaba que los dioses habían sido muy generosos al entregarle el don del olvido. En medio de su ingenuidad, creía que sus olvidos estaban a salvo del recuerdo en una pequeña caja de cartón que guardaba con recelo bajo su almohada.
Un viernes que tenía pinta de domingo y cara de martes, Emilia abrió la caja para acordarse de aquello que debía olvidar, y salieron volando los olvidos con esas alas que solo tienen los olvidos, como hijos de las libélulas y las mariposas. Emilia aleteaba desesperada, en un intento por alcanzarlos a todos de un manotazo. Era en vano. Muchos habían salido por la ventana. Tenía que buscarlos a todos.